RUBEN SCHNEIDER, ARTISTA PLASTICO 

“Cuando uno crea, no tiene idea de lo que va a pasar con el espectador”.

Es fascinante cómo el arte puede capturar la esencia de la realidad a través de la perspectiva del artista. Es el caso de Rubén Alejandro Schneider Weisser (73), quien con su arte no solo captura la esencia de los paisajes sureños, sino que también refleja las profundidades de la experiencia humana a través de una paleta vibrante y audaz, fundamentada desde el uso inclaudicable de colores primarios.

Con cada pincelada, este destacado pintor expresionista del sur de Chile nos invita a explorar un mundo donde los sentimientos se expresan sin reservas y los colores hablan por sí mismos. Acompáñennos en esta fascinante conversación mientras descubrimos la inspiración detrás de su trabajo y su visión única del arte.

En tu obra hay una cosa esencial, que es el uso del color, y precisamente el uso del color primario. ¿Cómo surge esta declaración en tu estética?

“Fue producto de un trabajo que hice al inicio. Al principio mi pintura era muy racional, era más clásica, pintaba al óleo, entonces había el proceso de hacer un dibujo previo, pasarlo a la tela, después empezar a hacer las aguadas, después encargar los cuadros, buscar las luces, las sombras y todo ese proceso que era académico. Yo encontré que no tenía nada que ver con mi temperamento, con mi forma de hacer, porque yo estaba tres días pintando y ya estaba aburrido, porque estaba haciendo un proceso, un método, ¿te fijas?, para llegar a un resultado, y yo quería que la cosa sea cumbia, todo el rato estar más rockero.”

Entonces, ¿es un proceso más intuitivo?

“Claro, hice una desconstrucción de lo que había aprendido, y empecé simplemente a manchar, a buscar color, a hacer sobre papel, una cosa que no tenía ninguna pretensión de obra, pero a jugar y a investigar, y a ver qué efecto me producía el color. Y esa fue la forma en que yo descubrí que esta forma espontánea que yo tengo de pintar, que no tenía nada que ver con una cosa estructurada, sino con una cosa que se va haciendo al minuto; a cada minuto van apareciendo cosas y yo voy reaccionando: esto me gusta, esto no me gusta, y esa forma intuitiva me hacía estar más vivo con la pintura”.

Así fue como comprendió que lo suyo era ineludiblemente recurrir a los colores primarios. Este hallazgo se produjo en Angelmó siendo joven, cuando in situ contemplaba la refracción de la luz del sol en las olas, especialmente aquella que se producía en la base de las olas. Así descubrió cómo el agua atrapaba mágicamente, por efímeros instantes, tonalidades amarillas, las rojas y el ondular de las formas de lanchas y botes.

“Todas esas cosas son como determinantes en la forma en que pinto, porque generalmente es más o menos el mismo estilo, digamos, expresionista y de exaltación del color”. En efecto, esa es la paleta cromática reconocible de Schneider. Comenzó a pintar en 1979. Estudió dos años escultura en la Universidad de Chile, carrera que no terminó. Cuéntanos sobre el origen.

“Desgraciadamente vino el golpe de Estado y se cerraron las carreras de arte, entonces no pude seguir. La carrera estaba más relacionada con escultura, entonces toda mi concepción inicial era espacial, tridimensional. Me costó mucho pasar al plano porque era, tenía que, entonces, todas las primeras pinturas que hice eran tridimensionales; era como pintar esculturas”.

La deconstrucción que haces con el color, ¿es lo que más te acomoda hoy día?

“Sí. Comienzo con ideas concebidas, como algunos esbozos de ideas concebidas, porque dibujo mucho en terreno, pero después hago una síntesis. Entonces el dibujo inicial es una concepción espacial que yo hago en la tela, que ni siquiera la dibujo. Parto con mancha y voy estructurando de a poco el dibujo; parto al revés, parto con mancha y voy estructurando el dibujo. Entonces ahí empiezo con amarillo, con rojo, con azul, y después empiezo con el terciario. Pero parto inicial desde la mancha”.

O sea, desde la mancha en la tela, ¿tú reservas espacio para lo que venga?

“Exacto. Y lo que me va sugiriendo. La estructura inicial del dibujo es muy básica, es muy sintética, entonces puede resultar cualquier cosa, pero a partir de una estructura”.

En sus cuadros cohabitan no sólo colores vibrantes; también se advierte la presencia de trazos abundantes de otros códigos que llevan su sello. ¿Los dibujos de lanchas y botes son como códigos muy personales en tu obra?

“Sí. Yo provengo de mirar a los marinistas que pintaban el Angelmó y ese paisaje que yo sigo disfrutándolo y viéndolo y tratando de construirlo y de representarlo; es una constante que hay en toda la pintura. De todos los años siempre he seguido esa constante del paisaje, pero buscándola desde otros lugares también. Por ejemplo, he desarrollado series como bocetos, como dibujos más bocetados, a los que uno les pone color, que se llamaba “Paisaje Sur”.

 

Pero la temática del bordemar le ofrece diversos puntos en esta geografía, y acepta la invitación para plasmar otros lugares del maritorio, como Metri, pequeña caleta ubicada a 31 kilómetros al sur de Puerto Montt. “Imagino esas rocas gigantes que están ahí, como el inicio del paisaje, cómo se formó esto. Eso me interesaba. Y me fui a la génesis de la cosa telúrica de cómo emergieron estas rocas, a imaginar ese momento caótico de que se levanta la cordillera. Entonces voy viendo el paisaje, pero leyéndolo como un hecho anterior anterior”.

Dentro de estos paisajes también asoma el ser humano, por ejemplo, con la serie de los Selknam y los Chonos. ¿Por qué es motivo de interés para tu obra?

“Sí. Yo estudié en Arica y había una fuerte presencia de las culturas preamericanas, de las culturas incásicas. En los años setenta vivían en territorio que era tripartito, peruano, boliviano y chileno. Había una presencia aymara muy fuerte. En cualquier parte aparecían momias, entonces el territorio estaba lleno de elementos anteriores de nuestra cultura”.

Eso le interesó porque, como sostiene el artista, “como creador, en general, nosotros miramos más hacia afuera y no miramos lo que tenemos; yo dije que no, aquí tenemos que primero valorar lo que tenemos”. A partir de esa experiencia desarrolló la serie llamada Fusión Étnica para resaltar las culturas originarias, previas a la conquista española. Pero sintió que era tan extensa la riqueza cultural de mayas, aztecas e incas que debía abordar, que se planteó enfocar nuevos proyectos de forma más acotada. Así lo hizo cuando abordó la temática del pueblo selknam.

“Me pasé mucho tiempo estudiando a los Selknam, tratando de entender el conflicto de habitar, que es lo mismo que tienen los Mapuche hoy día, y que han tenido por años. Entonces hay una forma de aproximación a un conflicto no resuelto de la sociedad chilena, y eso me parecía interesante tocarlo, desde la perspectiva humanista y desde la perspectiva histórica”.

Este elemento ancestral, ¿hace que tu pintura tenga un trasfondo también político?

“Siempre he tocado los temas humanos desde un humanismo, no desde una perspectiva política. Si bien es cierto que es política, no es una política partidista”.

Schneider ha sido testigo de otros conflictos sociales de la historia reciente de nuestro país y se hizo cargo de esas demandas de manera activa desde el plano artístico. “Cuando se produjeron los movimientos sociales, por ejemplo, el movimiento de los pingüinos, el movimiento estudiantil, también hice una serie que se llamaba Chile está en la calle. Después hice una exposición llamada Utopía, absolutamente abstracta; me metí en el concepto de las instalaciones. Hice un barco varado en la Sala Mexicana del teatro Diego Rivera”.

Esas acciones realizadas el año 2017, él mismo las define como premonitorias. “Yo anunciaba un poco eso, con un carácter premonitorio, pero sin creerme vidente ni nada por el estilo. Fue una cosa que coincidió no más, porque el artista a veces intuye esas cosas”.

Schneider con aquel barco retrataba una sociedad náufraga, encallada, sumida en un fondo oscuro. Pero también en esa mirada utópica había una aproximación a los procesos constituyentes: “Desgraciadamente terminaron mal, porque se desaprovechó la posibilidad de abordarlo con una perspectiva de futuro”.

El artista no actúa desde la contingencia, lo hace desde la perspectiva humana. Y analiza los procesos sociales, sociológicos o antropológicos, y va más allá de lo meramente político. ¿Tienes conciencia de lo que la gente ve en tus pinturas?

“Desgraciadamente, uno no tiene idea Tiene el anhelo de que sea entendido y que llegue a alguien. Pero más allá, el artista no puede hacer más”.

¿Eres consciente del momento en que un cuadro está listo?

“No. Pero de ahí viene lo más potente, que es la deconstrucción que hace el espectador. Y esa es la más valiosa en el fondo. Porque lo que uno haga son tus sueños, tus anhelos, tus cosas, pero el fruto de eso se completa con el espectador. Yo no soy perfeccionista, porque hay gente que termina frustrada, y dice que ha pegado ese cuadro. No, yo creo que un cuadro, cuando está un ochenta por ciento resuelto, “que se vaya”.

Cuando ya estás en una sala, con el montaje acabado, no dudas y dices: "Aquí podría haberle pegado una pincelada más". ¿No te pasa eso?

“No, fíjate, no. A veces siento incluso que tiene más de lo que debería haber puesto. Podría haber hecho más síntesis, por ejemplo. Pero no quedó pegado, porque hay gente que se queda pegado y lo retoca y lo retoca. Es como el escritor que escribe y reescribe y corrige y corrige y corrige y corrige. No, yo en un momento lo suelto nomás. No sufro. Eso es bueno y honesto también”.

Se percibe, entre artistas, gestores y público en general, una especie de estancamiento cultural. ¿Compartes este sentir?

“Sí. Pero tiene que ver con muchas cosas. Tiene que ver con lo que está pasando en el mundo. Tiene que ver con lo que está pasando, las influencias terribles de la televisión, la mala televisión, digamos. Entonces el ser humano va buscando por otros lados. Hoy día, por ejemplo, la gente ve películas en Netflix, por ejemplo, ya no va al cine. O sea, hay cambios culturales que se van produciendo”. Schneider se extiende en este diagnóstico: “Es difícil que la gente vaya a ver una exposición o que vaya a una obra de teatro. Cuesta mucho mover eso porque las formas de relacionarnos son de una forma muy distinta. Ya no tiene que ver con el contacto humano. Ya no tiene que ver con relacionarse con el otro. Está todo dirigido a las redes sociales”.

El artista se adentra en un análisis más profundo, donde sostiene que esta es buena parte de la causa de estas crisis. “La educación tiene un modelo muy añejo. Porque, si bien es cierto que la educación es una forma de entender el mundo, hoy día un estudiante está bombardeado con mil otras experiencias sensoriales, y la educación ha quedado relegada a métodos muy antiguos”.

 

La crítica que hace el pintor también está dirigida a que se falle al no cautivar al estudiante en una clase. Señala que se le debe involucrar: “El estudiante tiene que sentirse entusiasmado con la materia o con el contenido para capturar su interés. También tiene que ver con cómo se educa desde el hogar. Porque hoy día, en general, los papás no están presentes en la educación en el sentido de que trabajan los dos, no tienen tiempo, se relacionan muy poco tiempo con sus hijos, no son capaces tampoco de entender que la educación es básica a partir de ahí. La otra viene en segunda instancia, pero la educación primaria que se hace en el hogar es la más básica. Y de eso estamos en deuda”.

Las estructuras educacionales —a juicio de Schneider— han seguido siendo más o menos las mismas en las últimas décadas y constata una desactualización de las maneras de enseñar a comprender el mundo. Rubén Schneider, hace años, está dedicado exclusivamente a su labor artística; dicta talleres, hace clases en universidades y también realiza clases particulares.

“Tuve talleres en varias partes donde arrendaba. Y esa fue una de las formas de ganarse la vida. Ahora ya estoy más viejito”. Sonríe para definir su motivación. Actualmente reside en Puerto Montt, pero su taller está ubicado en Isla Kiwa, Huayún, cerca de Calbuco. En esta parte de su vida, comenta haber retomado antiguos rituales en su proceso creativo. “He regresado a la práctica de bocetear mucho. Es una vuelta al paisaje, una vuelta a lo romántico del paisaje. Ver, pintar, hacer bocetos, sacar fotografías, descubrir lugares, mucho en terreno”. La caleta Estaquilla, en Los Muermos y Calbuco, le inspira por estos días y se apronta a producir una nueva exposición.

LA SITUACIÓN DEL ARTE LOCAL

Con la llegada de las nuevas autoridades al municipio puertomontino, se generó una tensión con el quehacer cultural de la Corporación Cultural, que llegó al extremo de incumplimiento en las fechas de pago de salarios de los funcionarios que allí laboran. El distanciamiento del alcalde Rodrigo Wainraihgt se evidenció con la solicitud que hiciera el edil -a comienzos de enero del presente año- al contralor regional para solicitar auditorías a la Corporación Cultural.

Afortunadamente, a fines de marzo, el ente definió su directorio y ratificó uno de sus principales eventos: los Temporales de Teatro. En la oportunidad, el alcalde Rodrigo Wainraihgt quedó como presidente y la concejala Bárbara Cáceres fue elegida como vicepresidenta. Mario Barrientos asumió como director ejecutivo interino. En octubre próximo se realizarán elecciones para definir un nuevo directorio. En este contexto, Schneider, con más de cuatro décadas de trayectoria artística, y quien, en muchas ocasiones, ha expuesto en salas de la Casa del Arte Diego Rivera, se refirió a la situación. ¿Qué te parece la situación en que está la Corporación Cultural de Puerto Montt?

“Hace poco suscribimos una carta entre varios artistas, porque no es aceptable la situación por la que atraviesa la Corporación Cultural. Hay un malentendido sobre que hay aquí un negocio de algunos. No. Esto es algo de toda la ciudad, tiene una historia, que nace después del terremoto del año 60. Ha dado muestra de profesionalismo, porque toda la gente que trabaja ahí es profesional, es súper eficiente. Espero que el alcalde tenga más altura de miras y entienda que esto no es una cosa personal, sino que es una cosa ciudadana, una cosa en la que están involucradas muchas personas, muchos artistas, muchos profesionales, los trabajadores que trabajan en Diego Rivera. Es patrimonio de la ciudad, entonces no se puede menospreciar”.